viernes, 30 de marzo de 2012

MIGUEL



La historia de Miguel tiene dos partes, como la de Fermín.

Las escaleras que unen la playa del Bajondillo con la calle San Miguel, casi a la altura de la Iglesia, son suficientes para mantener una conversación con un extraño médico palestino llamado Hamdan y que conoció a Miguel y su familia, después de que yo le perdiese de vista. Nunca vi a este médico antes, ni lo volví a ver después. Solo la parsimonia con que yo subía las escaleras justificó aquella conversación. Como era pediatra lancé una pregunta y obtuve contestación.

Miguel no era guapo, sus ojos y orejas resaltaban en aquella cara poco armoniosa, delgado, más bien moreno y extraordinariamente espontáneo en sus muestras de afecto, el pelo, casi rapado, tampoco le favorecía gran cosa. Pero todos estos rasgos hacían que fuese simpático, querido y único.

A veces yo me cansaba y viendo que no sabía por dónde empezar en aquel grupo tan original, les lanzaría alguna especie de sermón para ver si conseguía motivarlos y viesen en las letras y los números algo de interesante. El primero en motivarse era Miguel, no sé si porque mi perorata era lo bastante convincente o si era de lástima hacia mi buena voluntad y pocos logros, pero como yo estuviese sentada en mi silla, venía corriendo, y, ni corto ni perezoso, ponía su culo en mi regazo, me pasaba el brazo por el cuello y, arrimando su carita a la mía, decía su frase: "Anda, zeño, amo a leé" o "Anda, zeño, amo a contá". Y a ver quién se resiste. Empezábamos a leer los dos en la cartilla y eso era lo suficiente como para que a los otros les entrasen unas ganas tremendas y viniesen corriendo a ver qué pasaba allí, se ponían en fila y esperaban a que Miguel se bajase de su asiento particular y ellos lo intentaban por orden. Pero nadie más se atrevía a hacer lo que hacía Miguel: mostrarme su afecto de forma tan directa y sin doblez.

Un lunes Miguel no vino. Ni el martes, ni el miércoles...Y yo empecé a hacer preguntas después de dejar pasar un tiempo prudente. Pero nadie contestaba de forma que yo me quedase a gusto. Hasta que un compañero, viendo mi interés en Miguel y quizá sabiendo que yo me estaba implicando con aquel grupo más de lo conveniente, según su criterio, me dijo que fácilmente Miguel no volviese. Yo quise saber por qué, quizá su vida hubiese experimentado un cambio favorable. Me dijeron que era mejor para mí no saber, porque estaba hospitalizado y verlo no me haría ningún bien. Y no fui.

Aquel sábado, anterior al lunes de su falta, lo pasó en el Hogar. Después de comer veían la televisión en uno de aquellos salones o pasillos bien iluminados por ventanales. Eran muchos niños. Miguel era pequeño y espontáneo. Los grandes no le dejaban ver la tele y también, ni corto ni perezoso, se subió al alféizar de la ventana para poder mirar a gusto la tele. No sé exactamente como fue, si es que la ventana estaba abierta, si la abrieron después, si alguien lo empujó, si vieron como caía o no. El caso es que Miguel fue encontrado a la hora de la cena o la merienda, no lo sé, en el suelo del patio, reventado por dentro. Cuando lo recogieron tuvieron que hacerse muchas preguntas. Yo no me interesaba por su vida en el Hogar, no era de mi competencia, además nadie quiso hablar de ese caso, y cuando me enteré ya había pasado tiempo, porque ni remotamente podía imaginar una cosa así.

Algún domingo un músico paraguayo y yo lo llevábamos, junto con Fermín y otros, al Paseo del Parque que hay junto al puerto de Málaga, para que jugasen en los columpios y viesen a otros niños divertirse con sus familias y participar con ellos de un día festivo.

Era una tarde de verano y yo subía las escaleras después de asarme en la arena. La tensión me bajaba con el calor y todos mis movimientos eran lentos. El palestino observó mi parsimonia y entabló conversación conmigo. Después de las preguntas de rigor entre dos desconocidos vino mi interés. Si era pediatra y trabajaba en Carlos Haya quizá hubiese sabido de Miguel y me dijese lo que yo no me atreví a ver. Y la casualidad quiso que sí, que sabía. Permaneció varios meses, mucho tiempo, en estado vegetativo, con su familia a su lado, hasta que murió. Hamdan conoció a Miguel y su familia, el caso de Miguel fue muy comentado entre los médicos, pero yo nunca fui a verle, porque no sabía y, con buena voluntad, me aconsejaron no saber, pero por una simple casualidad...

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