sábado, 31 de marzo de 2012

La droga y la vida










En un callejón oscuro, a las 2 de la madrugada, la "droga" va caminando lentamente hasta el final del callejón sin salida.



Sacó de su bolsillo una larga jeringuilla y una bolsita blanca de cocaína.



En ese momento, la "vida", que había salido de trabajar en el puesto de las basuras, recibió una llamada de su jefe.



Vida:

Dígame, ¿quién es?

Jefe:

Soy yo, tu jefe, te llamo del puesto de basuras y llamo para informarte que hay basura en el callejón oscuro, cerca de tu casa.


Vida:

Muy bien, pues es donde estoy ahora. Ahora bajaré.


Jefe:

Consíguela y tráemela. Te apuntaré unas horas extras.


Vida:

De acuerdo, dentro de unas horas estaré allí con esa maldita "basura".
Cinco minutos más tarde, la "Vida" bajó al callejón.


El callejón estaba infectado, las ratas no cesaban de pasear, los olores hediondos creaban una atmósfera irrespirable, pero la "Vida" no cesaba de caminar buscando "basura" o mejor dicho, "camellos".


Vida:

¿Hay alguien ahí?


Droga:

(Con una voz algo tartaja): Sí, qué pasa. Soy yo, la "Droga". ¿Quieres un poco de coca?

Vida:

No, no quiero. Odio a los camellos hediondos y pordioseros.

Droga:

¿Pero qué te pasa, "chalao"?. No me insultes o te "pincho".

Vida:

No te tengo miedo. Has perdido parte de tu vida y no tendrías fuerzas suficientes ni para
moverte.

Droga:

Cállate. Estos "polvos blancos" me reviven, me hacen olvidar todos mis problemas y me siento como en "las nubes".


Vida:

Pero, ¿acaso no sabes que te estás quitando la vida? Dentro de poco tiempo, perderás el
conocimiento, no sabrás coordinar tus movimientos, te caerás, la "coca" llegará a tu sangre,
de ahí a tu corazón y finalmente morirás en una lenta y amarga agonía.


Droga:(Temblando). No sabes lo que dices, esto me hace sentirme más fuerte y más seguro de mí mismo. Moriré si no lo tomo porque lo necesito.


Vida:

¿Lo necesitas? ¿Necesitas que tu muerte se adelante?
Eres joven, tienes muchos años de vida por delante y tú te estás inyectando y metiendo dentro de tu sangre tu propia muerte. Me das asco.


Droga:

¿Muerte? Tú estás loco. La droga borra mis pensamientos y me lleva a un mundo más
delicioso, sin problemas; entras en trance. Pero el problema es que necesito más y más.


Vida:

Así pasa, eres un gran adicto a ella, no puedes despegarte de su lado.
El verdadero problema es que no tienes dinero para conseguirla.
Por eso, fuiste capaz de robar tiendas, farmacias, bancos e incluso llevarte unas cuantas vidas por delante. Todo, por comprar la muerte.

Droga:

Sí, tienes razón, pero me lo paso muy bien con mis amigos, esnifándola o pinchándonos.
Está muy rica y es muy buena...

Vida:

... mientras hay dinero, ¿no es mejor respirar aire puro, hacer deporte, ir con tus amigos al
cine o al bar, sin necesidad de tomar "eso"?.
Te has metido dentro de un mundo oscuro y cruel, en el cual, la droga ha segado vidas, a veces inocentes, pero que no se pueden reparar y quedan perdidas en unas viejas y cenagosas tumbas.

Droga:

Pero fueron mis amigos, ellos me dijeron que probara esta cosa, que era muy buena, y que te
relajaba. Desde aquel momento no pude dejarlo.
Cada mañana me levantaba dolorido y con los brazos hinchados, robando dinero para conseguir un poco de "droga".


Vida:

Te has marcado tu destino, pero aún tienes tiempo de salir de ese desastroso camino cuyo
final es la muerte. La elección es tuya: La vida y la luz, o la droga y la oscuridad.

Droga:
(Llorando): E...Es una elección muy difícil.....

Vida:

Los días están contados, y la muerte nunca para en su caminar apresurado hacia ti. Puedes plantar cara a la muerte con valentía y ser capaz de conseguirte una nueva vida con los seres que te quieren.

Droga:


(Tirando la jeringuilla): Bien, me voy contigo; quiero volver a vivir la vida que perdí cuando me metí en esto, y que la luz alumbre mis ojos.


Vida:


Buena elección: ya no eres basura, eres VIDA.



Eva María Maisanava Trobo

viernes, 30 de marzo de 2012

MARÍA DE LOS ÁNGELES



No estoy segura de si este era realmente su nombre, podría ser Ángela. Pequeña, morena, con cierta melena, los ojos profundos, tristes, oscuros. Todo en ella era ternura y desamparo. Nunca mostró un gesto afectuoso al estilo de Miguel, pero al verla tan ensimismada y desvalida me daban ganas de colmarla de consuelo, sin atreverme por temor a romperla.

Con ella aprendí el valor del olvido. Estaba empeñada en olvidarlo todo, a pesar de mis continuos esfuerzos para que recordase las vocales y las enlazase con las consonantes Supe posibilidades para una A inimaginables, infinitas. La A se puede ver desde muchos puntos de vista. Se puede hacer muchas cosas con una A, las hay por todas partes, se puede hacer maravillas buscándolas y cuando las encuentras puedes pintarlas, coserlas, picarlas, rodearlas, rellenarlas de plastilina, de papeles, de bolitas; puedes clasificarlas...miles de letras A.

Entonces, por fin, sabía que aquello era una A de ÁNGELA, AVISPA, AMOR, AMIGO, ANIMAL, ASUSTADA, ABUSO, ASCO...Entonces pasabamos a otra letra, a otro sonido y hacíamos la misma operación de buscar, encontrar, rodear, pintar, picar, coser, colorear...Pero ya no había A en su memoria.

Resultaba muy curioso semejante capacidad de olvido. Las barajas las leíamos muchas veces, muchas veces pasaban delante de su vista las silabas que contenían A, los otros las sabían, las escribían, y ella lo  olvidaba todo, con lo que resultaba imposible construir nada en su cabeza. Te miraba con sus ojos profundos, tristes y oscuros, como si estuviese ausente y no pudieses llegar a ella, como si algo  feo hubiese impreso una negra huella en su alma blanca y frágil. Pasaba el tiempo y los progresos que en otros eran evidentes, en ella solo llegaban a intentos.

Alguien vino un día y comenté esta cualidad que impedía cualquier aprendizaje, este hacer y deshacer continuo. Y entonces supe la causa de su tristeza, y del horror que no puede expresarse con palabras. No encontré historia más triste que la suya. Olvidar era su modo de vivir.

EL TITI



Era rubio, de pelo lacio, un poco golfillo y deslenguado. Desde luego que no era de los que pisaban blando para no lastimar callos. En el asunto de los bollicaos era todo un lince. Estudiar podría muy bien ser su afición y tendría mucho éxito si no fuese porque debía saber que en la vida existen muchos modos de ganarse la vida.

A veces estábamos en grupo grande todos juntos, cada uno con su libreta y yo sentada con ellos en una silla pequeña. Como intentansen hacer sus cosas y estuviesen atentos a lo que yo les había pedido que hiciesen, me paraba a pensar en realmente cómo serían sus vidas y si se podría establecer alguna relación entre ellas y lo que dijésemos en clase. 

Así que se me ocurrió hacer algunas preguntas.Por ejemplo:

- ¿En qué trabaja tu papá?. 

Respuesta:

- Mi padre no trabaja porque está en la cárcel.

Glub, vaya, ahora a ver que digo...

-¿Y por qué está en la cárcel?.

Respuesta:

- ¡Y pó qué va zé!. Poque ha robao zei gallina pa comé!

Así era el Titi de claro y directo.

Y a la maestra se le acabaron las ganas de hacer preguntas.

MIGUEL



La historia de Miguel tiene dos partes, como la de Fermín.

Las escaleras que unen la playa del Bajondillo con la calle San Miguel, casi a la altura de la Iglesia, son suficientes para mantener una conversación con un extraño médico palestino llamado Hamdan y que conoció a Miguel y su familia, después de que yo le perdiese de vista. Nunca vi a este médico antes, ni lo volví a ver después. Solo la parsimonia con que yo subía las escaleras justificó aquella conversación. Como era pediatra lancé una pregunta y obtuve contestación.

Miguel no era guapo, sus ojos y orejas resaltaban en aquella cara poco armoniosa, delgado, más bien moreno y extraordinariamente espontáneo en sus muestras de afecto, el pelo, casi rapado, tampoco le favorecía gran cosa. Pero todos estos rasgos hacían que fuese simpático, querido y único.

A veces yo me cansaba y viendo que no sabía por dónde empezar en aquel grupo tan original, les lanzaría alguna especie de sermón para ver si conseguía motivarlos y viesen en las letras y los números algo de interesante. El primero en motivarse era Miguel, no sé si porque mi perorata era lo bastante convincente o si era de lástima hacia mi buena voluntad y pocos logros, pero como yo estuviese sentada en mi silla, venía corriendo, y, ni corto ni perezoso, ponía su culo en mi regazo, me pasaba el brazo por el cuello y, arrimando su carita a la mía, decía su frase: "Anda, zeño, amo a leé" o "Anda, zeño, amo a contá". Y a ver quién se resiste. Empezábamos a leer los dos en la cartilla y eso era lo suficiente como para que a los otros les entrasen unas ganas tremendas y viniesen corriendo a ver qué pasaba allí, se ponían en fila y esperaban a que Miguel se bajase de su asiento particular y ellos lo intentaban por orden. Pero nadie más se atrevía a hacer lo que hacía Miguel: mostrarme su afecto de forma tan directa y sin doblez.

Un lunes Miguel no vino. Ni el martes, ni el miércoles...Y yo empecé a hacer preguntas después de dejar pasar un tiempo prudente. Pero nadie contestaba de forma que yo me quedase a gusto. Hasta que un compañero, viendo mi interés en Miguel y quizá sabiendo que yo me estaba implicando con aquel grupo más de lo conveniente, según su criterio, me dijo que fácilmente Miguel no volviese. Yo quise saber por qué, quizá su vida hubiese experimentado un cambio favorable. Me dijeron que era mejor para mí no saber, porque estaba hospitalizado y verlo no me haría ningún bien. Y no fui.

Aquel sábado, anterior al lunes de su falta, lo pasó en el Hogar. Después de comer veían la televisión en uno de aquellos salones o pasillos bien iluminados por ventanales. Eran muchos niños. Miguel era pequeño y espontáneo. Los grandes no le dejaban ver la tele y también, ni corto ni perezoso, se subió al alféizar de la ventana para poder mirar a gusto la tele. No sé exactamente como fue, si es que la ventana estaba abierta, si la abrieron después, si alguien lo empujó, si vieron como caía o no. El caso es que Miguel fue encontrado a la hora de la cena o la merienda, no lo sé, en el suelo del patio, reventado por dentro. Cuando lo recogieron tuvieron que hacerse muchas preguntas. Yo no me interesaba por su vida en el Hogar, no era de mi competencia, además nadie quiso hablar de ese caso, y cuando me enteré ya había pasado tiempo, porque ni remotamente podía imaginar una cosa así.

Algún domingo un músico paraguayo y yo lo llevábamos, junto con Fermín y otros, al Paseo del Parque que hay junto al puerto de Málaga, para que jugasen en los columpios y viesen a otros niños divertirse con sus familias y participar con ellos de un día festivo.

Era una tarde de verano y yo subía las escaleras después de asarme en la arena. La tensión me bajaba con el calor y todos mis movimientos eran lentos. El palestino observó mi parsimonia y entabló conversación conmigo. Después de las preguntas de rigor entre dos desconocidos vino mi interés. Si era pediatra y trabajaba en Carlos Haya quizá hubiese sabido de Miguel y me dijese lo que yo no me atreví a ver. Y la casualidad quiso que sí, que sabía. Permaneció varios meses, mucho tiempo, en estado vegetativo, con su familia a su lado, hasta que murió. Hamdan conoció a Miguel y su familia, el caso de Miguel fue muy comentado entre los médicos, pero yo nunca fui a verle, porque no sabía y, con buena voluntad, me aconsejaron no saber, pero por una simple casualidad...

DANIEL



Su madre era rubia y elegante. Traía a su hijo muy bien cuidado, bien vestido, aseado, y con muchas ganas de que se quedase con nosotros, asesorada por algún psicólogo, para que se relacionase,  tuviese contacto con otros niños y se comunicase. Pero no se comunicaba. Creo que era el único niño que traía su madre de casa todos los días, que no estaba acogido al Hogar. Cada uno de ellos era un universo en sí mismo, pero este más.

Su pasión era todo bicho viviente. Y en caso de no ver ninguno cerca  sacaba su tenis, lo ponía encima del alféizar de la ventana y lo miraba frotándose las manos y con cara de felicidad. No sé qué podía ser tan interesante para un niño así, quizá ver la silueta recortada en la claridad de la ventana. Imposible saberlo. Solo pronunciaba las vocales cuando me dijo su nombre y apellidos: Aieaeaaaó. Y todo quedó clarísimo para su mamá: que nos entenderíamos divinamente. Y no quise eliminar la única esperanza que podía albergar en los seis años de existencia de su hijo para soñar con la "normalidad".

Yo sobre autismo solo conocía la palabra. Algo más que ambliope, de la que nunca había oído hablar. Pero sobre cómo se trata un caso, por muy leve o grave que fuese, al lado de otras diecinueve particularidades, era un reto imposible para cualquiera. Aprendería yo más que ellos. Realmente no sé si era autista, pero debía ser lo más parecido, aunque nunca vino nadie a explicármelo. Pero fue el primero en aprenderse las barajas fotosilábicas, se sabía los nombres de cada objeto y su sílaba inicial. Todos se quedaban maravillados de su facilidad en retener los nombres, reconocibles en su pronunciación. Y cuando se equivocaba, él mismo rectificaba y expresaba feliz el nombre correcto: a, araña; e, elefante; i, iglesia; o, ojo; u , uvas. Asi las tres barajas de sílabas directas, inversas y trabadas. Pero cuando había que pasar a trabajar en la libreta: tararí que te vi. Se largaba a la ventana y se lo pasaba pipa con su tenis.

Las mariposas, las palomas, las arañas...eran una lección viviente para él. Sabiendo yo lo difícil que le resultaría estar encerrado en clase con una maestra que debe enseñar a leer, escribir y contar rápidamente para que pudieran continuar con el sistema normal de enseñanza en el otro primero de niños "escamondaos", pasaba ampliamente de su necesidad de imaginar y disfrutar viendo su tenis. Lo dejaba tranquilo después de nombrar los objetos, intentando que mejorara su pronunciación. Pero diálogos con él eran imposibles. Se aferraba a la verja detrás de la que estaban las palomas o corría como loco detrás de las mariposas. Esos eran sus intereses y con un niño al que no puedes llegar porque no tienes idea de lo que pasa por su cabeza no puedes cambiárselos sin hacerle mucho daño. Era feliz leyendo las barajas y las sílabas, pero no se esforzaba en pronunciar correctamente y yo no podía saber si le estaba pidiendo imposibles o no. Permanecer sentado junto con los otros cuando hacíamos un trabajo en común, al menos escuchando los nombres de las dichosas barajas y participando en su lectura en grupo, era todo un ejercicio de integración para mí. Y con eso nos conformábamos.

Ahora vienen especialistas buscando un par de niños con "dificultades de aprendizaje" y los trabajan a parte. Y yo me río mucho por dentro, pero me callo porque no tengo ganas de contarles mi experiencia, sería perder el tiempo.

FERMÍN


Entre los dos había una relación muy valiosa, pero aún no me había dado cuenta. Ni siquiera el día que apareció todo colocado en la fila de la mañana para entrar a clase, con su pasta de dientes, el cepillo y un folleto de higiene bucal.

Normalmente mi clase de primero de integración era un desastre visiblemente comprobado a la hora de hacer filas. Mientras que el otro primero, que no necesitaba integración, era una larguísima columna firme de niños peinados, lavados, con su mochilla, bollicao, cartulina y todo cuanto de material hiciese falta, los otros, que eran los míos, circulaban por el patio como pulgas saltarinas en un caos de difícil control. Daniel entraba de último, no porque su madre llegase tarde, sino que casi siempre se quedaba pasmado mirando las palomas que había al otro lado de la verja, saltando en un charco de agua, que se volvía barro, sin darse cuenta de que se ponía perdido y que luego yo recibiría mi dosis cuando tuviese que  cogerlo en  brazos para meterlo en aquella jaula que era la clase oscura y solitaria al final del largo pasillo. Alguna vez que fuimos a la finca de La Misericordia durante los recreos,  recorría quilómetros detrás de las mariposas amarillas que volaban entre las hierbas, a pesar de las piedras o los baches. Y yo no tenía más remedio que armarme de paciencia hasta que pasara cerca de mí y atraparlo como una mariposa más  para meterlo de nuevo en aquella "aula-jaula" tan poco divertida.

Fermín era muy afectivo. Los otros se metían con él. Presumía de juguetes y de ropa. Su madre se los traía. Los otros decían que su madre no venía nunca. Pero él decía que sí, que venía de noche, cuando estaban durmiendo y por eso no la veían, pero él sí. Hablaba de un modo especial, vocalizando y gesticulando exageradamente, como haciendo más creíbles sus palabras. De pelo oscuro, pero no negro, sus ojos marrones y bastante corpulento, decía que su madre no venía porque tenía que trabajar mucho para ganar dinero para él y traerle aquellos juguetes maravillosos. Yo no podía saber quién decía la verdad, pero me di cuenta de su necesidad de ser amado por su madre, de la necesidad que todos tenemos de que nos ame nuestra madre y el daño que nos hace oir hablar mal de ella. Así que dije que Fermín tenía razón, que yo conocía a su madre y que era cierto. Luego supe la verdad.

No sé si por imitación de Ángel, que lanzaba su indio al aire sin que yo le riñese, o si porque quiso llamar la atención, el caso es que a la hora de comer y tocar el timbre para irse al Hogar, se puso a lanzar un zapato al aire en el pasillo largo y oscuro. Ya no era el principio de curso, ya se habían establecido ciertas rutinas de conducta que no se discutían, y consideré que no podía permitir semejante desmán. Estaban en fila para irse y él venga a lanzar el zapato, lo cogía y cuando yo esperaba que se lo pusiese para acabar la mañana y se fuesen con viento fresco, en vez de ponérselo, lo volvía a lanzar. Pero yo no podía permitir que mi autoridad se pisotease de aquella manera. Todos esperando y mirando a ver en qué quedaba aquel combate. La cosa no tendría un buen fin sino fuese por un compañero maravilloso que vino a visitarme. Su aspecto no era el de un maestro, más bien parecía un pintor o un músico bohemio que llevaba varios días sin dormir. Llegó como un ángel del Señor. Asustado por el espectáculo se agachó humildemente, buscó y puso a Fermín su zapato y le mandó largarse rápido porque ya debían haberse comido el postre. Todos se fueron detrás. Yo vi el cielo abierto. Con la misma paciencia me dijo que de ningún modo debía reñir a aquellos niños, que yo era lo más parecido a una madre para ellos y que en ese plan no conseguiría nada. Comprobé que tenía razón.

Fermín me esperaba aquella mañana, no sé si antes o después de la historia del zapato, con su equipo para cuidarse los dientes. Le pregunté que cómo es que venía al colegio con aquello y me dijo que el ratoncito Pérez se lo había dejado  porque le había caído un diente. Le volví a preguntar sobre el diente, que seguro se lo habría dado a su cuidadora. Pero él me dijo que no, que su diente era para mí y abriendo la palma de la manita  allí estaba su inocente regalo. Yo le dije que me lo colgaría de la cadena, porque aquel no era un regalo cualquiera. Y así fue, lo llevé a una joyería y le pusieron un casquillo para colgarlo y aún lo tengo guardado. Mis hijas saben la historia del diente y de Fermín.


Al año siguiente, en Fuengirola, supe qué había pasado realmente. Los dos hicimos un viaje a la inversa. Él venía de Fuengirola donde una maestra, que  yo llegué a conocer al año siguiente, le había cogido cariño y estaba dispuesta a adoptarlo compadecida de su historia porque aparecía abandonado en habitaciones de hotel. Pero su madre no consintió tal cosa, siempre venía cuando expiraba el plazo para poder adoptarlo y por eso acabó en el Hogar de La Misericordia.

Nunca más volví a ver a Fermín, pero estoy segura de que alguna vez se acordará de mí.

ÁNGEL


Es un niño rubio, de grandes ojos azules , pequeño pero no flaco. Nadie diría que es un gitanillo que se dedica a recoger hierros viejos junto con su padre. Uno más de la veintena que están acogidos en La Misericordia por el Tribunal Tutelar de Menores y vienen a clase conmigo, a un aula oscura, fría, escondida, que está al final de un pasillo largo, lejos de las otras aulas, para " integrarse en un colegio normal". Sus manos tienen callos y no ha cumplido los seis años. Creo que es un niño feliz y lleno de energía.

De las pocas certezas que hay en su vida, la que más goza es la que le aporta el indio amarillo de plástico que cada día trae en su mano, lleva un hacha amenazante y una corona de plumasalrdedor de su cabeza. El indio y Ángel son casi la misma cosa. Lo lanza una y otra vez en el pasillo, en el patio, en la clase. Siempre el indio cae en algún sitio no muy lejano, lo encuentra y otra vez lo vuelve a lanzar. Nadie se atreve a coger el indio de Ángel y no hace falta saber por qué.


Yo lo observaba en su afán porque aquello tenía que ser un mensaje escondido. Las vocales, las consonantes y las letras, lo mismo que los números eran pecata minuta en aquel ambiente y afortunadamente me di cuenta, no muy tarde, por lo que no les amargué aún más la vida de lo que ya la tenían; así aprendimos mucho todos, ellos y yo.

Estuve presente el día en que el indio de plástico subió pero no bajó. Puede ver su expresión de asombro y la cabeza volviéndose a un lado y a otro buscando a ver a dónde había ido a parar aquella vez. Pero el indio no cayó y yo tambíen mesorprendí porque algo raro había pasado. Él se encogió de hombros, yo le di su trabajo para que se entretuviese y me olvidé del indio porque estaban todos esperando cuál ere su menú intelectual para aquel día.

Por la clase deambulaba otro niño que era ambliope. Yo no sabía nada de ese problema, ni cómo se debía tratar. Solo vi que él colocaba la mano en su cara como si mirase por un catalejo para ver mejor. Su andar era lento y arrastrado . Ángel era ágil y vivo, veía perfectamente y no se metía en la vida de nadie. Pero un día sus vidas se cruzaron.

Afilar el lápiz sigue siendo muy divertido y cuando se hacen varios kilopondios sobre un papel la pica del lápiz suele romper. Así que las visitas a la papelera eran frecuentes. En ella coincidieron los dos. Ángel sentado en el suelo afilaba cómodamente de manera que las virutas caían en su sitio.Todo lo largo que era el ambliope estaba de pie junto al gitanito rubio. 

Quizá se llamase Manuel, no lo recuerdo bien, pero ya tenía once años y, evidentemente para mí, no debería estar "integrado" en medio de nosotros.Ya su modo de llegar no fue agradable porque arrastraba sus pies con inseguridad y chocó con el que ya estaba allí. Se puso a afilar y sus virutas caían desde lo alto sobre el rubio. Ángel miró hacia arriba muy sabedor de que allí estaba la causa de su malestar y algo hizo. Manuel ,desde lo alto de su estatura y poniendo el catalejo manual, miró hacia abajo a ver qué estaba pasando tan lejos de su cara. Eso fue muy grave, ya no empujarlo con los pies, no regarlo devirutas, creo que lo que incomodó a mi rubito fue el gesto necesario del ambliope en su mirar confuso, como si aquello que estaba en el suelo fuese de poca monta, seguro que se sintió insultado y le dio con todo lo que tenía a mano. Pero Manuel estaba bien armado y, con su pica recién afilada, dio un manotazo hacia abajo dando a Ángel en algún lado. Pensaba ingenuamente que entre los dos se pondrían de acuerdo, como pasaba con frecuencia entre ellos, sin que yo interviniese, y los observaba desde mi mesa mientras atendía a otros.

Espantada me levanté inmediatamente. Entre los dedos de mi Ángel corría sangre. Seguro que le había dado en todo el ojo, se habría quedado sin sus dos azules y grandes ojos. Todo ocurrió en unos instantes: salí con el gitanito en en brazos, corriendo por el pasillo, con rabia e indignación, hablé con el conserje, que era el que estaba más a mano:

- "Esto no puede ser, tantos niños problemáticos juntos y yo sola, tenía que ocurrir algún dia, quiero que venga el inspector rápidamente, esto no puede seguir así".

Y vino.


Ángel no tenía nada grave. Un picotazo en la frente que sangraba escandalosamente. Con betadine y un parche se solucionó pronto. Y todo volvió a la feliz normalidad.


Cuando acabó el curso alguien me preguntó:" ¿Quiere seguir con ellos el año que viene?". Yo me quedé sorprendida porque consideraba aquello algo disparatado y mal hecho. Pero la verdad es que sí me gustaría seguir, a cualquiera le interesa un destino en la capital y no andar recorriendo la geografía.Tenía en aquel momento serios motivos para estar cerca de casa. Y dije:" Si, me gustaría seguir, pero solo si alguien que sabe de qué va esto me explica cómo debo hacer".La respuesta fue:" Es que la persona que más sabe de ellos es usted". Y con esa respuesta no quiese seguir. Me fui a Fuengirola y allí puede saber más sobre otro niño inolvidable de aquella veintena que se llamaba Fermín.


Si has leído el texto sabrás cuál es el indio de Ángel, ¿verdad?. Se fue de extra con otros colegas. Sí , es ese, exactamente igualito.

miércoles, 28 de marzo de 2012

EL PENSATIVO Y EL VIVIDOR

Una inocente foto de dos niños que juegan en un fresco patio argentino, escapando en correpasillos de una tarde calurosa, sugiere este texto.


Todo escritor es pensativo, observador, crítico, incómodo... reflexiona sobre un asunto, da igual que sea importante o no, y empieza su discurso espontáneo convertido en palabras visibles. Allí están sus pensamientos enlazados. Los revisa y ve que, aunque es exactamente lo que ha salido de su mente, literariamente no valen nada.Los repasa una y otra vez, cambiando las palabras, husmenado como un sabueso sus propios pensamientos, dándoles la vuelta... cambia, pone, quita... y para cuando termina lo que ha empezado, su mundo ya ha cambiado.


Un reflexivo va por la vida y encuentra un lugar único, privilegiado, idílico, vital. Observa lo bien que se siente, cuáll es el motivo, la paz que le embarga, el sosiego de la tarde, las flores inocentes, los insectos humildes y potentes; un detalle aquí o allá que hace multiplicar su encanto.Y viendo tal momento necesita inmortalizarlo, arrancarlo de la muerte, dejarlo amojamado en el tiempo.Y empieza a escribir.Ya no mira el lugar maravilloso, ya no siente lo que hay más allá , porque mira una hoja en blanco que está a muy pocos centímetros de su cara, se enfada.No le sale aquel dibujo, no le salen las palabras...


Mientras que él se ensimisma en un mundo de signos y pelea consigo para obtener lo que aún no sabe, los otros se pasean libremente contemplando y recreando la mirada.Es el vividor que, sin importar la causa de su bienestar, sin querer saber más allá de lo necesario para disfrutar de aquel lugar maravilloso, lo vive y con él se va.

Un escritor es una
sensibilidad enferma,
una mente inquieta,
un espíritu que vuela.
un alma que se busca
y no encuentra.

LUGAR IDÍLICO, VITAL, PRIVILEGIADO...http://www.minube.com/fotos/rincon/457721

martes, 27 de marzo de 2012

EL PERRO DE CAZA


Él era un amante de la caza.Tenía perro, escopeta, cartuchos, equipo, colegas, juergas,etc. Ella estaba muy hartita de que sacrificase los pocos momentos disponibles para compartir la crianza de sus hijas por semejante afición. Las peleas eran feroces y sin llegar a ningún acuerdo. De vez en cuando se moría o se escapaba el perro. Pena por el perro, dichosa ella, ilusa al pensar que sin perro se acababa la caza. Detrás de un perro viene otro porque siempre hay amigos consoladores que regalan un perro de caza como quien remedia el hambre más famélica.

Ella procedía de una casa en la que no había cazadores ni pescadores. Lo de la pesca tenía cierto encanto por lo de ser paciente y esperar tranquilamente sentada mientras pican o no. Algún amigo de su padre traía las truchas, bogas o lo que fuese, porque en su casa ya debían estar hartos. Más bien les daba por la música, o alguno, amante del sacrificio y la salud, se dedicaba al ciclismo. Pero, en general, eran amigos de las reuniones familiares, comidas más o menos pantagruélicas, partidas de cartas, contar historias o chistes, tocar la guitarra y cantar. En la casa de él, su padre era un consumado cazador que cuidaba un hurón con el que conseguía conejos en abundancia.

Transcurrieron los años. Las hijas crecieron. Parecía que lo de la caza había pasado ya de largo y que nunca más se produciría un tropiezo por semejante motivo. El dichoso perro, y lo que significaba tenerlo, ya no formaba parte de sus vidas. Otras actividades como plantar castaños, nogales , cerezos bravos, árboles frutales, ornamentales, poner fresas, cultivar un huerto, arreglar una ruina de casa heredada, hacer tareas útiles, era su pasatiempo común.

Él no le dijo nadita del dichoso animal. Esperó a que lo viese por sí misma. Allí estaba, en la perrera, moviendo el rabo todo lleno de razón, como si su presencia fuese lo más natural. Ella vio un animal magnífico, blanco con pintas negras, como un dálmata, pero peludo, la cabeza grande, los ojos tristes y suplicantes.

Ella misma dijo:

-¿Por qué no lo sacamos a pasear? Tiene que estar muy harto de estar ahí dentro.

Y así fue. Un perro educadísimo y feliz de salir con ellos.

Esta tarde ella ha sacado al perro a pasear; este, cuando la ve, se entusiasma, agita el rabo como si fuese un ventilador mientras que no consiguen abrir la dichosa cancela para que salga. Luego ella coge un palo grande a modo de bastón y con él le indica el camino y siempre el perro le hace caso. Ante un cruce de caminos se para y queda mirando a ver por dónde tiene que ir. Si se le ocurre adelantarse, cosa que siempre hace, basta con un silbido y vuelve rápido. Si ella va con una amiga que hace ademán de ir por otro lado la va a buscar. Cuando encuentra un prado grande disfruta corriendo, bebiéndose los vientos, ofreciendo una estampa perfecta en su carrera. En fin, un animal bellísimo, dócil, inteligente, educado, obediente y sobre todo feliz.

Él , mientras que ella y su perro dan el paseo, se dedica a podar los árboles, preparar la tierra para la plantación, y todo lo que se hace en esta época del año. Quizá no lleguen a cazar nunca, pero, si fuese así, no dejaría de ser una belleza que ambos disfrutan.

Ella acaba de enterarse de que es un setter inglés, que necesita salir a pasear, que no puede estar quieto encerrado en una perrera, que le encantan los niños y es amistoso con los otros perros, que necesita compañía, y que es un buen perro de caza para pluma.Todo lo comprendió nada más verlo. Se llama Don y es todo un caballero.