viernes, 30 de marzo de 2012

DANIEL



Su madre era rubia y elegante. Traía a su hijo muy bien cuidado, bien vestido, aseado, y con muchas ganas de que se quedase con nosotros, asesorada por algún psicólogo, para que se relacionase,  tuviese contacto con otros niños y se comunicase. Pero no se comunicaba. Creo que era el único niño que traía su madre de casa todos los días, que no estaba acogido al Hogar. Cada uno de ellos era un universo en sí mismo, pero este más.

Su pasión era todo bicho viviente. Y en caso de no ver ninguno cerca  sacaba su tenis, lo ponía encima del alféizar de la ventana y lo miraba frotándose las manos y con cara de felicidad. No sé qué podía ser tan interesante para un niño así, quizá ver la silueta recortada en la claridad de la ventana. Imposible saberlo. Solo pronunciaba las vocales cuando me dijo su nombre y apellidos: Aieaeaaaó. Y todo quedó clarísimo para su mamá: que nos entenderíamos divinamente. Y no quise eliminar la única esperanza que podía albergar en los seis años de existencia de su hijo para soñar con la "normalidad".

Yo sobre autismo solo conocía la palabra. Algo más que ambliope, de la que nunca había oído hablar. Pero sobre cómo se trata un caso, por muy leve o grave que fuese, al lado de otras diecinueve particularidades, era un reto imposible para cualquiera. Aprendería yo más que ellos. Realmente no sé si era autista, pero debía ser lo más parecido, aunque nunca vino nadie a explicármelo. Pero fue el primero en aprenderse las barajas fotosilábicas, se sabía los nombres de cada objeto y su sílaba inicial. Todos se quedaban maravillados de su facilidad en retener los nombres, reconocibles en su pronunciación. Y cuando se equivocaba, él mismo rectificaba y expresaba feliz el nombre correcto: a, araña; e, elefante; i, iglesia; o, ojo; u , uvas. Asi las tres barajas de sílabas directas, inversas y trabadas. Pero cuando había que pasar a trabajar en la libreta: tararí que te vi. Se largaba a la ventana y se lo pasaba pipa con su tenis.

Las mariposas, las palomas, las arañas...eran una lección viviente para él. Sabiendo yo lo difícil que le resultaría estar encerrado en clase con una maestra que debe enseñar a leer, escribir y contar rápidamente para que pudieran continuar con el sistema normal de enseñanza en el otro primero de niños "escamondaos", pasaba ampliamente de su necesidad de imaginar y disfrutar viendo su tenis. Lo dejaba tranquilo después de nombrar los objetos, intentando que mejorara su pronunciación. Pero diálogos con él eran imposibles. Se aferraba a la verja detrás de la que estaban las palomas o corría como loco detrás de las mariposas. Esos eran sus intereses y con un niño al que no puedes llegar porque no tienes idea de lo que pasa por su cabeza no puedes cambiárselos sin hacerle mucho daño. Era feliz leyendo las barajas y las sílabas, pero no se esforzaba en pronunciar correctamente y yo no podía saber si le estaba pidiendo imposibles o no. Permanecer sentado junto con los otros cuando hacíamos un trabajo en común, al menos escuchando los nombres de las dichosas barajas y participando en su lectura en grupo, era todo un ejercicio de integración para mí. Y con eso nos conformábamos.

Ahora vienen especialistas buscando un par de niños con "dificultades de aprendizaje" y los trabajan a parte. Y yo me río mucho por dentro, pero me callo porque no tengo ganas de contarles mi experiencia, sería perder el tiempo.

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