domingo, 1 de abril de 2012

BOLLICAOS, ESPADAS Y CAPIROTES

 Los tres maestros que trabajábamos en primero, tercero y quinto de integración, éramos convidados de piedra en los claustros. Evidentemente nuestros alumnos y su problemática no estaban en las prioridades del centro. En las reuniones no abría mi boquita, por mucho que tuviese que decir, viendo que los que estaban en los cursos superiores tampoco decían nada. Seguramente que a ellos les iba muy bien. 

Los recreos se vigilaban por turnos. Al final se hacían las filas para entrar, pero para los de integración el timbre no era sonoro, seguían brincando de un sitio a otro hasta que se quedaban solos en el patio y se mentalizaban de que aquello había terminado. El último en entrar era Daniel y lo hacía casi siempre en mi regazo.

Durante uno de estos recreos, en los que me tocaba vigilar, vino uno del otro primero, que no necesitaba integración, a quejarse de que uno de los de mi clase estaba comiendo su bollicao. Allá iba yo toda decidida a enseñarle a mi pupilo la educación que aún no había recibido y lo pillé " infraganti" comiéndoselo tan campante: 

-¿De quién es ese bollicao?. 


-No es de nadie, estaba en la papelera. 

-¿Cómo que estaba en la papelera?.  

-Sí, estaba tirado.  

-¿Cómo no te da asco comerte el bollicao de la papelera?

- Todos hacen lo mismo. Están tirados en las papeleras dentro de su plástico.

Y efectivamente tomé conciencia de aquella realidad, se estaban comiendo los bollicaos que encontraban en las papeleras. Así que, los que no necesitan integración, traen bollicaos al colegio, delante de las narices de estos pobrecitos míos, abren el bollicao, sacan el cromito, y luego lo tiran a la papelera sin mordisquearlo siquiera, sabiendo que estos van detrás y se lo comen, y aún por encima vienen a quejarse de que se los comen siendo suyos. El mundo empezó a cambiar para mí todavía más. No se me ocurrió decirle nada más que:  

- Que te aproveche. 

Pensé en ir a junto de la otra profe, que no necesitaba integración, a decirle que educase bien a los suyos, que tuviesen un poco de humanidad, que en el mundo había otros mundos muy cercanos y a la vez muy lejanos. Pero no fui.  

Seguía creyendo que mis otros compañeros eran una maravilla. El de tercero era un hombretón barbudo y barrigudo que inspiraba a primera vista mucho respeto. Así lo pensé muchos meses seguidos, hasta que un día, en un recreo, a la hora de hacer filas, que no había forma de hacerlas, él estaba esperando pacientemente en lo alto de las escaleras a que los de tercero hiciesen la suya. Y viniendo uno de su clase, que no estaba subido a la escalera, pues estaba en el fondo, desde donde la perspectiva de la barriga de su profe sería todo un espectacular descubrimiento, no conformándose con la vista, le hundió su dedo en plena prominencia a ver si era dura o blanda, digo yo. Y el profesor viéndolo y sintiéndolo, no dijo ni mu. Este mismo fue el que un día soltó un taco morrocotudo en un claustro de pura desesperación, impotencia y rabia, diciendo que no había modo de enseñárles nada, etc,etc. Y el mismo que un día tuvo una feliz ocurrencia: a la hora de salir estaban todos los de tercero de integración , incluido el profesor barrigudo y barbudo, bien armados de espadas y capirotes, confeccionados con papel de periódico, felices y contentos . 

Yo bajé de mi nube comprendiendo, al fin, que los milagros son para los benditos de Dios, no para humanas gentes.

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